11/02/2016 21:05 | Actualizado a 12/02/2016 11:44
“¡Te tengo que decir cincuenta veces las cosas para que me hagas caso!”, grita impotente la madre de Miquel al verlo impasible delante del televisor cuando ella le ordena que se vista para ir al colegio. “Ya no viene de una vez”, piensa el niño. Situaciones tan desagradables como esta se viven a diario en muchos hogares en los que los padres se preguntan a menudo cómo conseguir que el niño obedezca. La mediadora de conflictos, socióloga y maestra Alba Castellví Miquel sabe cómo hacerlo, y es por eso que sus conferencias y charlas se han convertido en todo un reclamo para padres y madres en busca de consejo para encarrilar la educación de sushijos.
Durante su trayectoria profesional y de madre, Castellví, de 40 años de edad y natural de Sant Sadurní d’Anoia, le ha movido una convicción: educar a niños es educar a ciudadanos que harán que el mundo sea diferente. “Por eso siempre he creído en las posibilidades de la educación”, afirma la maestra, que imparte clases en una escuela del Alt Penedès donde los niños no aprenden para aprobar sino por interés –no hay exámenes-. Acaba de publicar Educar sense cridar ( en castellano, Educar sin chillar, de Angle Editorial), donde propone ideas para educar de manera tranquila, consistente y sin elevar el tono de voz.
Si el grito es la expresión de la impotencia, ¿por qué muchos padres utilizan este recurso para educar a sus hijos?
Porque ya lo han probado de otras formas y no les ha funcionado, para desbloquear la situación. Realmente, muchas veces da resultado, pero los padres que gritan sufren dos perjuicios: cuando chillan quiere decir que han perdido la calma y tendrán que hacer un esfuerzo para recuperarla; y, además, los niños copiarán ese modelo y chillarán cuando quieran exigir alguna cosa a alguien.
¿Son malos padres los que chillan?
No somos malos padres por chillar, sino cuando desistimos de nuestra responsabilidad de ejercer como padres. Lo que pasa es que podemos aprender fácilmente a evitar chillar y que las cosas funcionen bien. Hay estrategias para hacerlo.
Explíqueme alguna.
Cuando el niño tiene una actitud desafiante, tenemos que pensar que no es para ir en contra de nosotros, sino a favor de su objetivo. Ante esta actitud, tendremos que mantener los límites, que consiste en educar correctamente. Para eso no hace falta ponerse nervioso, sino ser muy coherentes.
¿Cómo?
Tenemos que ser claros en nuestra respuesta –‘Esto no puede ser’-, dar un argumento y ser empáticos acompañando al niño de forma que sienta que le entendemos – ‘Ojalá que esto que quieres, pudiera ser, pero ahora no puede ser: busquemos un día en que sí sea posible-. O, sencillamente, cuando decimos que no, tenemos que mantener el no.
¿Pero cómo no perder los estribos?
Cuando ves que llegará un punto en que la situación es tan tensa que empezarás a chillar, antes de hacerlo, enciérrate en una habitación a solas donde puedas respirar profundamente tres o cuatro veces y, cuando salgas, serás capaz de escoger una manera de intervenir más adecuada.
¿Y si el niño continúa sin obedecer?
Acércate al niño, cógelo y dile mirándolo a los ojos: “¿Has oído lo que te he dicho antes?”. El tono de voz tiene que transmitir sorpresa por el hecho de que tú has dado una orden, la has repetido, pero no ha pasado. Y cuando el niño te confirme que lo ha escuchado, respóndele: “¿Y, entonces, qué está sucediendo?”.
¿Algún otro consejo?
Háblale con firmeza, pero con tranquilidad. Y cuanto más bajo hables, el niño percibirá que es más importante lo que le estás diciendo. El tono de voz tiene que ser casi un susurro porque de esta forma ellos tienen que poner atención para oírlo, por lo que llega mejor a los centros de procesamiento de la información.
Una de las cosas que explica en el libro es que los padres reaccionamos peor cuando tenemos prisa. ¿Qué hacer en estas situaciones?
Depende de si el hecho de llegar tarde nos perjudica a nosotros o al niño. Si tenemos que salir de casa para ir a la escuela y hay que salir puntual porque, si no, llegamos tarde al trabajo, tendremos que salir tal como estemos. Que nos hemos acabado de arreglar, perfecto; que no, tenemos que ir al colegio igualmente.
¿Lo ha puesto en práctica alguna vez?
No me ha hecho falta, pero conozco la experiencia de madres y padres que han llevado al niño en pijama a la escuela. Los niños han tenido que asumir la consecuencia de la decisión de no vestirse cuando era el momento. Solo lo han tenido que hacer una vez. Es duro para los padres y para los niños, pero también es verdad que no es un trauma que no se pueda superar.
¿Hay otra opción?
Si el que llega tarde es el niño y no se viste cuando debe, no llegaremos puntuales a la escuela y le pediremos a la maestra que colabore con nosotros a la hora de aplicar las consecuencias oportunas para que el niño se de cuenta del problema.
¿Cuál es la consecuencia de ceder al deseo del niño y levantar un límite?
Tendremos un problema muy grave: estaremos perdiendo la autoridad porque el niño sabrá que cuando presione de una determinada manera, conseguirá lo que quiere.
¿Qué errores más frecuentes ha detectado que cometemos los padres?
En el caso de los conflictos entre hermanos, hacer de jueces, que hace que los problemas se agraven. Otro error muy común es que cuando la rabieta del niño llega a un punto de tensión superior a la que los padres están dispuestos a soportar, ceden. Sobre todo claudican rápidamente cuando están en un sitio público, bajo la mirada de otros.
Es que las rabietas en plena calle incomodan bastante.
Sí, pero no hay que olvidar que también debemos educar en el supermercado o en la vía pública. En estas situaciones podemos pensar que quizá sí que hay gente que nos mira y piensa: ‘Mira, qué escena le está montando la criatura y esta madre no sabe qué hacer”, pero también hay gente que ve a una madre que resiste y no cede ante una rabieta.
¿Cómo afrontar de manera correcta las pataletas?
Primero, dar un argumento; en segundo lugar, no dar más de uno, es decir, no dejar que el niño nos lo tumbe y saberlo mantener; y en tercer lugar, aplicar una estrategia un poco más sofisticada que funciona muy bien: jugar a la idea de la posibilidad.
¿En qué consiste?
Imagínate que tu hija te pregunta qué hay para comer, tú le contestas que hay garbanzos y ella coge una rabieta -‘No me gustan, yo quiero comer macarrones’, te dice la niña-. Entonces, puedes hacer dos cosas: una, decirle que se aguante, con lo cual aún se va a enfadar más porque le estás poniendo el acento en el ‘no’ y en el límite; o bien le puedes decir: “A mí también me gustaría más que hubieran macarrones y no garbanzos, ¿te imaginas que nos pudiéramos comer unos macarrones como los de la abuela? Sería genial, lo que pasa es que no tenemos, tendrá que ser otro día: hoy hay garbanzos”.
¿ Y así se conformará?
Cuando ella vea que tú te sumas en el deseo, que entiendes que lo que ella querría estaría muy bien, su tensión se rebajará; su frustración será más soportable. Una cosa es comprender y ser empático y otra cosa es conceder lo que el niño reivindica.
¿Por qué es tan importante decir a veces que ‘no’ a los deseos de los hijos?
Un niño al que hemos puesto límites es un niño más seguro de sí mismo, se relacionará mejor con su entorno porque los niños que están acostumbrados a obtener lo que quieren, intentan siempre que todo el mundo les complazca.
¿Y además?
Cuando alguien te dice que no y sabe mantenerlo, quiere decir que tiene la capacidad de negar algo y que es más fuerte que tú, por lo que te sientes protegido por esa persona porque en caso de necesidad, podría defenderte. Aunque los niños no lo saben, en su inconsciente lo interiorizan. Así que los padres que saben decir que no dan más seguridad a sus hijos.
Pero tampoco se tiene que abusar del no…
Y sobre todo no es bueno dar muchas órdenes. Cuando decimos que no es porque se trata de algo importante que no podemos dejar pasar. De esta manera el niño dará más importancia a aquel no que si siempre estamos diciéndole “no, no, no, no”. Y es que oigo a padres que dicen que no a cosas que pienso: “¿De verdad que no?”.
Está claro, no hay que abusar del no.
Y muchas veces los padres sobreprotegemos y, al final, estamos poniendo a los hijos en una burbuja de cristal. Pero los niños tienen que vivir su entorno y, en algún momento dado, picarse los dedos con un martillo: tienen que aprender de su propia experiencia vital y no solo de los consejos y restricciones de los padres.
¿Por qué los niños tienen tendencia a resistirse a obedecer a los padres?
Porque a nadie le gusta que le den órdenes. Así que cuantas menos órdenes des, mejor; y cuando tengas que dar una, tienes que saber cómo hacerlo.
¿Por qué demasiadas órdenes no son sanas?
Si siempre te dicen qué tienes que hacer, cómo hacerlo y, además, te riñen cuando no lo haces bien, acabas sintiendo que no eres capaz de hacer cosas por tu cuenta. En cambio, cuando alguien confía en ti, te da ánimos y celebra tus pequeños progresos, tu autoestima va creciendo. Y la autoestima se construye a base de progreso, no porque aplaudamos al niño en todo momento.
Interesante.
No quiere decir que como padres no tengamos que dar órdenes, pero muchas veces podemos dar a escoger al niño entre diversas opciones para que asuma las consecuencias de esa elección: “¿Qué prefieres: venir a cenar ahora o venir más tarde? Piensa que si vienes más tarde, no tendremos tiempo de explicar un cuento antes de ir a dormir”. Me da igual a qué hora cenar, pero no a qué hora el niño se acueste porque tiene que dormir determinadas horas para su maduración neurológica.
¿Qué diferencia las consecuencias de los castigos?
La diferencia de una elección de este tipo y un castigo es que las consecuencias siempre tienen que ser derivadas lógicas de la decisión del niño, no tienen que ser arbitrarias con el objetivo de presionarlo para que haga lo que queremos. Eso son los castigos. El niño tiene que ser consciente que puede escoger y que lo que ocurre es su responsabilidad.
¿A los hijos se les tiene que aceptar incondicionalmente?
Queremos a nuestros hijos por encima de todo y así tiene que ser, y es por eso que destinamos tanta energía a su educación. Pero, bueno, nuestros hijos son mejorables y tenemos que aprender a ayudarlos a mejorar y, por tanto, hay que animarlos para que se esfuercen, ayudarlos a verse de una manera realista y a conocer sus capacidades y objetivos, y no tenemos que poner pedazos.
Explíquese.
Muchas veces los padres ponemos la venda antes que se produzca la herida o intentamos resolver eso que tendría que ser una consecuencia vivida por el niño. Si su hijo ha tomado una decisión que le comporta un perjuicio soportable, es muy bueno que lo viva como tal y que usted pueda decirle: “Esto que te ha pasado, me sabe muy mal, seguro que otra vez lo podrás evitar”.
¿Quiere decir que en la sociedad actual protegemos demasiado a nuestros hijos?
Así es. Intentamos evitar demasiado que nuestros hijos sufran. No es bueno sufrir, pero es bueno haber sufrido. Nosotros no tenemos que hacer que nuestros hijos padezcan. Es evidente que les tenemos que ayudar y acompañar tanto como podamos. Pero si en algún momento tienen que sufrir la consecuencia de una decisión que han tomado, bienvenida sea. Pondré un ejemplo.
Adelante.
Yo sé de madres, especialmente, porque los padres se dedican mucho menos a la educación de los hijos, que se esfuerzan más porque sus hijos tengan los deberes hechos que sus propios niños. No quieren que les pongan una falta de deberes. Yo soy maestra, y el niño que no hace los deberes tiene que tener una falta de deberes: no son los padres que se tienen que ocupar de que no la tengan.
Usted es un poco como ‘supernanny’.
Solo asesoro a los padres (ríe), aunque a veces me traslado a su casa. Les enseño formas concretas de proceder ante conductas inadecuadas.
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